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«Les dije que se enojaba fácil»
~ Jack al ver como King Kong aplasta a uno de sus compañeros
«Les dije que se enojaba fácil»
~ Jack al ver como King Kong aplasta el mundo
Queen King Kong es una película basada en hechos reales. Se dice que los dinosaurios son auténticos seres reptilianos que poblaban la tierra hace 65 millones de años, y los gorilas existen aún hoy en el mundo, aunque sus dimensiones no son exactamente las que se muestran en el film.
El protagonista es un gorila de treinta metros que está más enojado que una mujer que trae la regla. Vive solo en una isla abrupta con clima peor que Londres, poblada de monstruos y bichos asquerosos (insectos, vampiros, humanos...). Los humanos en particular son inteligentes y disponen de una lógica avanzada (por ejemplo, en una muralla gigante que han construido para protegerse de las bestias gigantes han hecho una puerta gigante, su lógica es irrefutable).
Los humanos son los primeros en aparecer en la pantalla, para que el espectador se vaya preparando para lo que queda por ver. Es un claro recurso dramático del director, pero muy efectivo. Su aspecto es sucio, descuidado, hambriento, con el pelo enmarañado. Sus rostros son deformes y de aspecto feroz y primitivo. Los niños son esqueléticos y los adultos tienen las caras cuarteadas por la intemperie. Se mueven por la ciudad en unos coches que parecen tartanas sin caballos y los artistas de teatro no cobran hace semanas porque el cine, precursor de la actual Telepizza, es una competencia demasiado desleal. Es el New York de los años 20.
En esto que una saltimbanqui rubia y Singapur. El espectador no sabe qué significa “llevarse una chica a Singapur” pero el caso es que le cuesta un huevo convencerla. En realidad el sueto está reclutando (ligero plagio de La liga de los hombres extraordinarios) un grupo muy concreto de personas para un oscuro propósito. Los demás miembros son un pobre escritor narigón al que mantienen en una jaula, un cámara barrigón de 60 años que corre que se las pela y un negrazo al que todos llaman Mari Trini que pupila a un mancebo. Los monta a todos en un barcucho costroso cuyo capitán tiene un aspecto de duro que acojona, pero cuando las cosas se ponen jodidas solo piensa en poner los pies en polvorosa.
Durante todo el camino el muy listillo no para de robarles el alma a sus compañeros usando un extraño artefacto de madera con dos ensaimadas en la chepa y una manivela en el costado, que manipula con éxtasis sexual. Nota: Según mi abuelo es una cámara de vídeo, pero es que el pobre viejo ya no sabe lo que dice.
El caso es que Singapur resulta ser la asquerosa islucha mencionada. Como se trata de una isla inexplorada, selvática y rocosa, y en la que se ve un inquietante muro gigante hecho por la mano del hombre, la decisión obvia es que desembarquen los peliculeros, armados con su “cámara”, quedándose en el barco los hombres más fuertes y todas las armas disponibles. Craso error. Rápidamente los pillan los aborígenes, que (incitados por una tía clavaíta a Margarita Seisdedos) empiezan a darles la del pulpo. En esto que el capitán y su tripulación han visto que los indígenas van armados con porras y cuchillos de hueso, y su instinto norteamericano les decide a combatirlos con sus pistolas, fusiles y metralletas. Todo el poblado es masacrado.
¿Todo? No. Quedan tres tíos con unas pértigas y más chulos que un ocho que se recorren los doscientos metros que separan el barco de la isla sin mojarse el culo para volarles del barco a la maciza.
Después de ciertas escenas (que en España se han censurado) la atan por las muñecas, le suministran un fuerte laxante y la cuelgan del precipicio para reírse un rato. Pero he aquí que aparece (joder, y ya iba hora y media de película)... Tachaaaaan: King Kong que la agarra y se la lleva por la cara y sin dar las gracias.
King Kong la lleva lejos de allí y descubre que la chica se le ha cagado en la mano, así que le empieza a echar la bronca padre. La chica empieza a hacer monerías para hacerse la simpática y a King Kong se le pasa enseguida el cabreo y empieza a darle “toquecitos amistosos”. Ella, mujer al fin y al cabo, le pega enseguida cuatro voces que lo ponen en su sitio (y como suele ocurrir con los hombres, al gigantesco simio le entra una rabieta de mil pares de cojones pero la chica sabe que ya está en sus manos).
Mientras tanto los peliculeros, que son unos inconscientes, se dedican a corretear con los diplodocus por las praderas de margaritas y amapolas. Tan solo el escritor narigón, que piensa más con la polla que con la cabeza, decide escaparse a ver si encuentra a la rubia. Y es que siempre tiene que haber un capullo que joda el rosal.
La chica ya tiene dominado a King Kong, y como cualquier mujer que se precie cuando va acompañada de un gorila de 30 metros, se dedica a provocar a los Tyranosaurios Rex solo para probar la fuerza de su macho y el poder femenino que ejerce sobre él (creo que ya lo he dicho antes: ellas dominarán el mundo). Resultado, tres Tyranosaurios inocentes a la UCI con fracturas múltiples y traumatismo craneoencefálico.
Ya de noche, el escritor narigón les pilla durmiendo juntos, hecho que no parece importarle demasiado. Solo quiere levantarle a la chica, y, ¡cómo son las mujeres!, ella se va inmediatamente con él. Mientras tanto los peliculeros están ahora coleccionando bichitos y clavándolos a un corcho con alfileres.
Como la cosa se pone cada vez más surrealista, el listillo, que momentáneamente había perdido el protagonismo se revela ahora como el hijoputa que es, y caza al mono tras emborracharle con una frasca de orujo gallego. No hay novedad durante el viaje de regreso. De hecho esa parte resultó ser tan aburrida que se eliminó del montaje final.
New York otra vez. El listillo se ha deshecho del grupo (o lo que quedaba de él) y se ha quedado con el mono para exhibirlo en las ferias. Ingenuo... No sabe que King Kong romperá sin despeinarse las cadenas de ancla de transatlántico con que lo han atado y se pondrá a correr por la ciudad buscando a la rubia. Rubia que ve, rubia que pilla, la mira y como no es la que busca hace una pelota con ella y la tira a la acera. Nota anecdótica: En el preesterno pusieron cámaras mirando al público para ver su reacción. Nueve de cada diez espectadores varones sonrió complacidamente ante esta escena. Los otros eran aquellos cuyas novias los conocían lo bastante bien como para girárseles con fuego en los ojos y siseando: ¡ni se te ocurra sonreír!
¡Amanece! Viendo el sol naciente, King Kong hace un último gesto recordando lo bien que se lo han pasado esa noche, pero enseguida aparece una escuadrilla de F-18.
El Fokker 1918 es un biplano de madera y tela con dos ametralladoras en el morro y otras dos apuntadas por el copiloto hacia atrás. Los alemanes lo llamaban “el salón de té volador”. Pronto balasean al gigantesco gorila, que acaba despeñándose. Es el fin. Bueno, no del todo, el gilipollas del director tenía que meter una imagen de la cara del listillo, ahora convertido en filósofo, que dice literalmente (lo juro): "No fueron los aviones. Fue la mierda del mundo (Haze porta o f@lete), lo izo que la bestia se suicidase".
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